Cuando se es mujer, hija y estudiante, se viven distintos tipos de situaciones, tanto en la familia como en diversos ambientes sociales, que, en su momento, nunca se llegan a cuestionar, aunque algunas parecen desiguales o simplemente son desagradables.
Con el paso del tiempo se comienzan a notar “diferencias” significativas que afectan tanto a hombres como a mujeres, “diferencias” que se mencionan, casi como sentencia, incluso antes del nacimiento, marcando así el futuro de un nuevo ser a partir de sus características sexuales (biológicas) generando expectativas de comportamiento, fuerza e inteligencia, entre otras, definiendo así, el inicio de la asignación de género que se le ha establecido al nuevo ser y que determinará sus futuras posibilidades de desarrollo.
A simple vista se podría decir que es normal que existan diferencias de expectativas, comportamientos, actitudes, etc porque estamos hablando de personas que son biológicamente distintas y que es un hecho que deben ser diferentes en casi todos los sentidos, pero el problema no es nacer con cuerpos diferentes sino la asimetría de relaciones, poderes, recursos, derechos y posibilidades vitales que se establecen desigual e inequitativamente para unos y otras, y que se llegan a ejercer y aceptar de manera “natural” y cotidiana desde la socialización familiar, para después extenderse a todos los ambientes sociales, hasta llegar a la escuela, en donde con la ayuda del personal docente se reforzarán y reproducirán los roles de género, mismos que atraviesan por procesos de lenguaje, formas de enseñanza, actos, juegos, vestimentas, etc.