No cabe duda que una de las instituciones de más prestigio en nuestro país es la del notariado. Su actuación a través del tiempo ha dejado una huella de seguridad jurídica y de confianza en las distintas capas sociales de México. De tal manera es sólida su imagen, que muchas veces se compara al notario con el antiguo sacerdote familiar, depositario de confianza y discreción.
El resultado de la actividad del notario es la escritura y el acta confiables en su contenido y certeza jurídica. En casi todos los países contemporáneos se les considera con pleno valor probatorio a los actos y contratos asentados por él.
La institución notarial no debe su eficacia y valor a coyunturas o accidentes actuales, sino que es producto de una larga y firme evolución; sus antecedentes se iniciaron en la oscuridad de los primeros tiempos de la escritura.
Para investigar la historia del notariado nos tendríamos que remontar a la invención de los primeros signos videográficos y después alfabéticos. Cuando nace la comunicación escrita, nace quizá, entre otros motivos, por la necesidad de hacer constar en una forma fehacientes los pactos, contratos y otros actos jurídicos. La escritura viene a satisfacer necesidades innegables al espíritu humano desarrollado, tales como la seguridad en la comunicación jurídica, el orden y la tranquilidad.
En un principio los notarios eran prácticos en la redacción de contratos y actos jurídicos, posteriormente se desarrollaron y adquirieron la fe pública; al inicio, en forma endeble, más tarde consolidada y legislativamente aceptada.