El Colegio de Notarios de la Ciudad de México. Una historia de tradición y modernidad


Coordinador(es):
Jorge Alfredo Ruiz del Río Escalante


Colaborador(es):
Bernardo Pérez Fernández Del Castillo

Víctor Rafael Aguilar Molina

Martha Patricia Montero Patiño


Presentación:
Ponciano López Juárez


Editorial: Colegio de Notarios de la Ciudad de México Quinta Chilla
Año: 2021


Pilar de las instituciones que han constituido nuestro devenir, el notariado ha acompañado a la sociedad mexicana desde su origen. Recordemos que Hernán Cortés, a su llegada al territorio que hoy llamamos México, acataba las órdenes de Diego de Velázquez. De acuerdo con las autoridades españolas establecidas en Cuba, Cortés no tenía permitido tomar las tierras descubiertas a su paso. Sin embargo, en una maniobra audaz, el futuro conquistador impulsó la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, en 1519, acontecimiento que quedó testimoniado gracias al escribano Diego de Godoy.

Las autoridades del nuevo Ayuntamiento, el primero en la América continental, nombraron capitán general a Cortés, invistiéndolo con la legitimidad requerida para iniciar la campaña de conquista, de la que resultó nuestra nación. Desde entonces a la fecha, apenas un par de años después de los quinientos años de haber ocurrido aquel suceso, el notariado se ha desarrollado como una de las instituciones más sólidas y confiables en nuestro país. Quizá no sea una exageración afirmar que nuestra sociedad se ha constituido ante notarios.

Intermediario entre el Estado y la sociedad, el notario humaniza esa relación. Antes de convertir la petición del solicitante en un acto jurídico, el notario -como lo hizo el escribano en su tiempo- escucha. Al escuchar construye confianza, que recorre un camino de ida y vuelta, pues no sólo contempla aquella que el Estado le otorga para dar testimonio, sino que recoge la que el público le brinda para dejar constancia de un acto privado que, a través suyo, se hace público. Este acto de confiar le permite al notario precisamente tomar nota de la voluntad individual y dar fe de ella en una escritura. Dar garantías para "creer sin comprobar (es decir, darte) es sin duda, el arte y la magia más preciados del notariado.

Si en el confesionario el declarante parece volcar todos sus secretos siempre deja algo sin decir. Ante el notario, en cambio, nada oculta. Al momento de formular un testamento comparecen todas las verdades, las sabidas y las ocultas, las conocidas y las insospchadas. Así, el notario ayuda a convertir jirones de voluntad en certezas jurídicas. Por ello, la suya ha sido una presencia constante y continua, semejante a la de la autoridad civil o a la del párroco, presente en la comunidad durante siglos, aun cuando las personas y los grupos cambien. Como la de éstos, la labor notarial ha llegado a formar una tradición, y los personajes que la desarrollan han quedado, por supuesto, vinculados a ella. El gremio de notarios se erige así como uno de los más antiguos y tradicionales de México. Su historia está entrelazada con la del país.

Congregados inicialmente en la Cofradía de los Cuatro Santos Evangelistas (1573), señal de una sociedad corporativa como la novohispana, los escribanos comenzaron una vida gremial que trascendió por medio del Real Colegio de Escribanos (1792), ya en la vida independiente del país, gracias al Colegio Nacional de Escribanos(1821). Los numerosos documentos resguardados en el Archivo Histórico del Colegio de Notarios de la Ciudad de México dan testimonio de esta trayectoria, y las páginas siguientes abren una modesta ventana para asomarse a ella y se ofrecen como invitación para aproximarse con más detalle a nuestro devenir como gremio. La narración es protagonizada por el notariado y sus documentos, vinculado y asidero del presente con el pasado. Después de todo, el hacer del notario se traduce en un documento, en una nota.


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