Discurrir en estos momentos sobre la paz, el idealismo pacifista y la salvaguarda del patrimonio cultural, pareciera tener una alta dosis de candidez; más aún, podría considerarse como un ejercicio estéril y de plano irrelevante ante las tragedias humanas que la humanidad ha contemplado con estupefacción en el umbral del siglo XXI.
Los cruentos eventos bélicos, como es el caso ahora en Ucrania, son agregados de la vileza humana, que se condensan contra el patrimonio cultural. En estos conflictos bélicos, existe un claro denominador común; la intención de destruir el patrimonio cultural y con ello impedir que se dé presencia al pasado.
Como consecuencia de ello se altera el vínculo identitario, se obstaculiza la transmisión de conocimiento y se evita la reconquista política del tiempo para las sociedades.
La oportunidad de este libro, es sustantiva; destaca como el patrimonio cultural es un vehículo natural hacia la espiritualidad que permite una práctica devocional y la conjunción con la trascendencia.
Por este motivo se ha conceptualizado al patrimonio cultural como un bien universal público que asegura la paz y la estabilidad, el progreso y el desarrollo.
La conclusión de este libro es inexorable; la cultura es el mejor antídoto para disuadir los conflictos bélicos.