Si bien hay quienes encuentran los orígenes del notariado en la remota Mesopotamia, en Egipto o en la Roma imperial, lo cierto es que su actual regulación proviene de los obscuros tiempos altomedievales, en los que los saberes de encontraban guardados en los claustros catedralicios y monacales, en tanto la gran masa de la población, sin distinguidos sociales, permanecían en la ignorancia y por la necesidad de obtener seguridad en la redacción de documentos y en la autenticidad, surgió un profesional que debía contar son reconocida probidad, conocimiento de los usos y costumbres del lugar y versado en la redacción de documentos jurídicos.